lunes, 26 de noviembre de 2018

Mi sueño

Recuperación de aparador de roble

Pátina blanca a la cera


Siempre soñé con un aparador de roble, como los que había en la primera casa en que viví.
Recuerdo tan vivamente los muebles de esa casa humilde, en especial el aparador de roble en que mi mamá guardaba toda su vajilla. Las tacitas de té con su interior dorado, las simpáticas copas de licor con diminutas flores pintadas, el juego de platos de loza inglesa color mantea con bordes dorados y el craquelado característico...
Cuando  nos mudamos a otra casa, esos muebles no vinieron con nosotros.
Pero el recuerdo se vino conmigo.
Y el anhelo.
Por eso cuando lo vi, supe que tenía que tenerlo.
No es un mueble fino, ni llamativamente hermoso.
Pero es exactamente como lo anhelaba.


De roble, viejito, baqueteado, usado hasta el desgaste, pero perfecto para mí.
Reposó en un rincón de casa mucho tiempo, mientras otras piezas eran recicladas, mimadas, pintadas.
Él tuvo paciencia y esperó su día.



Y llegó y todo fue una limpieza tras otra, porque su estado era bastante lamentable.



Y lija y lija, y decapante, y luego más lija. Cepillo de alambre para abrir las vetas, y una lucha mental entre dejarlo a madera natural, o darle esa pátina blanca que tanto me gustaba.



El tema se decidió por sí solo, ya que la alzada no era en realidad parte de este aparador. Al sacarle las capas de mugre y barnices se notaba la diferencia en las maderas.
Entonces, fue pátina blanca.



Por fuera y por dentro también.



Un retazo de lienzo con estampado en rojo antiguo, herrajes nuevos, y mis tazas y copas y platos ya tienen casa nueva.



Me encantan los cajones curvos, y el mármol rosa Verona, que milagrosamente está impecable.



Las puertas de la alzada, con los vidrios partidos tipo vitreaux.



Todo el frente es ligeramente curvo. Me encanta.






La pátina es solamente cera común incolora, mezclada con óleo blanco. Se pasa con un pincel de cerdas duras, se deja secar y se saca brillo con un paño de algodón.




Disfruté recuperando este mueble, y  lo disfruto cada día, tan suave al tacto, tan blanco, tan mío!
Tan deseado, quizás porque a través de él, evoco los días de la infancia esa casa pobre, en ese barrio tranquilo donde no pasaban autos por la calle. La calle Florida. ¿Qué lindo nombre para una calle, verdad?
Ahora me voy a terminar unos trabajitos atrasados, besos mil!!!