Hola!
Hoy te traigo una propuesta tan frugal como interesante, me parece. No vas a necesitar ni pinceles, ni pintura, ni lija... solamente tu persona y un gajito de malvón, o cualquier plantita que tengas por casa.
Hace unos días, te comenté que formo parte de un grupo de intercambio de plantas. Sabés, porque te conté, que me encantan, las amo y siempre estoy inventando macetas, maceteros, arreglos para mi patio jardín.
Como te quedaste intrigada con el tema, te voy a contar que hace cuatro años me topé por casualidad en Internet con el aviso de un evento.
Se invitaba a gente interesada en la jardinería a reunirse en plaza Pringles para intercambiar gajos de plantas, plantines, semillas...
Fui, y ese día cambiaron muchas cosa en mi vida. Pasé una mañana hermosa, a pesar del viento frío que corría, y volví a casa con más plantas de las que llevé. Pero lo más importante, conocí al grupo de mujeres más increíble que te puedas imaginar.
Te lo puedo describir con pocas palabras: sociables, apasionadas, generosas y un poco locas. Eso sí, indudablemente: locas por las plantas.
A partir de esa primera experiencia, acordamos en reunirnos periódicamente con la excusa del intercambio, pero en realidad creo que la mayoría buscaba formar parte de algo, salir del aislamiento, encontrarse con personas afines y disfrutar.
Las primeras veces fuimos todas mujeres, pero de a poco se fueron sumando los muchachos, de todas las edades. Si te fijás en la siguiente foto, hay personas desde los ocho y hasta los ochenta años.
Gente que encontró un espacio donde sentirse a gusto, acompañada por personas con afinidades que las unen más allá de edades, ocupaciones, distancias.
Este tiempo fue, y sigue siendo, de experimentación y aprendizaje sin desperdicio.
Comprendí que no sólo se trata de plantar y regar, aprendí a tener paciencia: las plantas, igual que las personas, tienen sus ciclos, sus tiempos de crecimiento, de reposo, su época de marchitarse y su tiempo de florecer.
Practiqué el despegarme de lo que es superfluo, y empecé a valorar el tocar la tierra, conectándome con el agua, el sol y el aire.
Me asombré al sentir la emoción de rozar los pétalos de esa flor increíblemente hermosa que estuve esperando todo el año.
Logré no desanimarme ante los fracasos: A veces esa planta tan ansiada y cuidada se nos muere. Seguí adelante tratando de nuevo, rescatando la humildad de pedir ayuda y consejo. Y gocé al poder darlo también, cuando alguien gritó socorro a gritos porque ¡¡se me muere el cactus chicas!!
Experimenté el asombro al comprobar que hasta en los rincones más sombríos prosperan las flores, y que a veces las más silvestres son las más bonitas.
Que aún en las condiciones más extremas, entre las piedras y a pleno sol rosarino (No sabés lo que son los veranos acá) puede abrirse paso la vida en forma de ese cactus súper espinoso que de repente te ofrece la maravilla de una flor espectacular que no te cansás de fotografiar para mostrarla a tus amigas!
Sentí que valieron la pena la espera, los nervios, el cuidado, la dedicación, los pinchazos de las espinas. Porque el trabajo diario al fin se corona con el logro de ese manojito de color y suavidad con aroma a alegría.
Intenté llevarme bien con los insectos, porque algunos son amigos del jardín...
Desarrollé el gusto por dar, por compartir sin recibir nada a cambio más que un gracias. A veces, un Graaaacias enorme, de alguien a quien le diste un gajo de esa suculenta tan divina que no se consigue en los viveros.
¿Dije nada más que un gracias? A ver:¿Sentiste alguna vez esa sensación de plenitud, de efervescencia que te corre por el cuerpo cuando alguna persona te dice de corazón esa palabra balsámica y sanadora? ¡Gracias!
Te aseguro que cuando empezás a recibirla, maravillas ocurren en tu vida.
Por eso, te invito a que intentes formar un grupo de planteros en tu ciudad, en tu barrio. Fijate que tenés a tu disposición herramientas como facebook, whatsapp, el viejo y querido teléfono, o el mail, para comunicarte. La cuestión es organizarse, conectarse con otras personas y comenzar a florecer.
No vas a poder parar de plantar.
No vas a parar de ser feliz.
Ah! y si te estás preguntando dónde está Alicia, te lo cuento: en la primera foto, la despeinada de pelo rebelde con el helecho gigante en los brazos, ¡esa soy yo!
Te dejo mil besos, y ya sabés, pasá cuando quieras! Ahora me voy a lo de Marcela Cavaglieri... a mostrar mis florcitas, y ver qué cosas lindas hicieron las chicas.